Había una vez una joven llamada Cenicienta, que vivía con su malvada madrastra y sus dos hijastras crueles. La pobre Cenicienta pasaba sus días haciendo las tareas del hogar y soñando con encontrar el amor verdadero.
Un día, mientras estaba en el bosque recogiendo ramitas para el fuego, Cenicienta se encontró con un perro grande y marrón que estaba perdido y asustado. Cenicienta lo llevó a su casa y lo llamó Bronco.
Bronco se convirtió en el fiel compañero de Cenicienta y siempre estaba a su lado, ayudándola en todo lo que podía. Sin embargo, la madrastra y las hijastras lo odiaban y siempre lo echaban de la casa.
Un día, se anunció un baile en el palacio del príncipe y todas las jóvenes del reino fueron invitadas. Cenicienta soñaba con ir, pero su madrastra se lo prohibió y la dejó en casa.
Mientras lloraba en su habitación, Bronco apareció y le entregó una hermosa bolsa de cristal. Cenicienta abrió la bolsa y encontró un vestido de ensueño y unos zapatos de cristal.
Cenicienta se puso el vestido y los zapatos y fue al baile, donde cautivó al príncipe con su belleza y gracia. Pero cuando sonó la campana que indicaba el final del baile, Cenicienta se dio cuenta de que se había olvidado de sus zapatos de cristal.
El príncipe buscó por todo el reino a la dueña de los zapatos de cristal y llegó a la casa de Cenicienta. Allí, las hijastras intentaron ponerse los zapatos, pero no les quedaban.
Bronco se acercó al príncipe y le ladró, llamando la atención de todos. El príncipe se dio cuenta de que Bronco era el fiel amigo de Cenicienta y le entregó los zapatos de cristal.
Cenicienta se puso los zapatos y el príncipe se enamoró aún más de ella. Juntos, vivieron felices para siempre, siempre con la compañía fiel y protectora de Bronco.